Hoy queremos hablar de los chismosos, quienes generalmente tienen el objetivo de engrandecerse a sí mismos haciendo quedar mal a los demás y exaltándose a sí mismos como si fueran una especie de “poseedores de conocimiento”.
Los chismosos hablan de los defectos y debilidades de los demás, o revelan detalles vergonzosos o que pueden resultar bochornosos sobre la vida de otras personas sin su conocimiento o aprobación. Aunque no tengan mala intención, siguen siendo chismes.
El chisme es un pecado, pero ¿por qué? En el libro de Romanos, vemos como los hombres, por haberse apartado de la instrucción y guía de Dios, Él los entregó a su naturaleza pecaminosa.
Romanos 1:29b-32 habla de los murmuradores, es decir, que el chisme y la murmuración son exactamente lo mismo tal como lo vemos en Levítico 19:16
“No andarás chismeando entre tu pueblo”.
La Biblia nos dice que “el hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Proverbios 16:28), “El testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6:19) “El que anda en chismes descubre el secreto; más el de espíritu fiel lo guarda todo” (Proverbios 11:13).
A través de todos estos pasajes el Señor nos describe a las personas chismosas y en todos nos advierte que no lo hagamos pues el chisme al ser una mentira o una verdad a medias siempre dará un fruto de contienda, rencilla, chisme, etc… De hecho, el poder de las palabras es tal que muchas guerras y tragedias se han desencadenado gracias a un chisme.
“El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias” (Proverbios 21:23).
Así que debemos guardar nuestras lenguas y abstenernos de chismear, pues de todo lo que sembremos vamos a cosechar, pensemos siempre en lo siguiente, tratemos a los demás como nos gustaría ser tratados, el chisme lastima, daña, apabulla y humilla, así que guardemos nuestra boca y, por el contrario, dediquémonos a hablar lo que es debido y con nuestras palabras sanar a los demás.
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